Si Saavedra Fajardo ya supuso el triunfo posible de la nobleza última, en el siglo anterior, José Moñino, luego Conde de Floridablanca, no es sino el acceso al triunfo social de la clase media, en la centuria siguiente, la del XVIII, la época de la luces, la Ilustración. Ambos murcianos debieron a su valía y pundonor el ascenso personal que el destino les deparó. En la Diplomacia el primero, en la Política el segundo. Mucho le quedaba a la casi inexistente clase media, para diferenciarse de los hidalgos del siglo de oro; pero este antecedente murciano es un claro signo de que los tiempos tradicionales estaban empezando a resquebrajarse. La sociedad estamental comenzaba a oír chirriar su milenaria máquina.
Desde sus estudios de bachiller en el Seminario de San Fulgencio, hasta la Presidencia del Gobierno, que él mismo fundó, Floridablanca recorre todos los niveles sociales dados a un “golilla” o “manteista”, despectivos apelativos con que los rancios, aun los rancios ilustrados, llamaban a los políticos de plebeya condición, que no podían presentar otra credencial de valor que su curriculum mismo. La gola y/o el manteo eran los distintivos de los universitarios españoles de la época portaban mientras eran eso: estudiantes universitarios. La despreciable altivez de una aristocracia caduca, así los denominó con clasista designio.
Cuando, por causa de los servicios prestados en la embajada de Roma, Carlos III lo hizo Conde, Moñino eligió el topónimo de sus pagos murcianos en Alquerías, Floridablanca, haciendo así universal la denominación. Siempre hubo quien le echara en cara, expresa o calladamente, el origen sobrevenido del título nobiliario. Entre ellos, los aragoneses, que, encabezados por el muy ilustrado, y noble de cuna, Aranda, al final, lograron alejarlo del poder.
La lucha entre Regalismo y Vaticanismo marcó la lucha política de Moñino. Belluga fue vaticanista o ultramontano convencido. Floridablanca, regalista. Saavedra, a su manera, también lo fue. El Regalismo creía en la supremacía del monarca en lo temporal. Su contrario veía a la Corona, como mero sustentador de la Iglesia. En el fondo, fue la misma causa de escisión que operó en la Reforma. Donde no hubo Iglesia Nacional hubo disputa entre regalistas y ultramontanos, dos siglos más tarde. En el Regalismo dormía lo que hoy llamamos poder civil. A Floridablanca debemos más que a nadie que en nuestros días perviva esa llama, ya por siempre apartada de lo religioso. Vale.
Santiago DelgadoLeido en: Ganas de Escribir
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