Vayan por delante las disculpas. No es la crónica de hoy el relato técnico de  lo acontecido en la plaza. Eso quedó dicho y contado en el minuto a minuto de la  corrida. Fríamente, sin pasión. Hoy quiero escribir de sentimientos, porque  tardes así no se ven a diario. Son excepciones. De esas que, dentro de muchos  años, algunos seguiremos recordando en nuestro corazón de aficionados.
 Se esperaba el regreso de José Tomás  como el maná de los dioses. Muchos apuntaban, fundamentalmente aquellos que  ponían más que en cuarentena su vuelta a los ruedos, que la de hoy era su  verdadera reaparición. Si así lo fue, han visto al torero volver a lo grande.  Para decir y hacer el toreo, que dicho queda muy bonito pero no es algo  fácil.
 
Templadísimo natural de José Tomás
en Madrid. Foto: IVÁN DE ANDRÉS
La tarde fue suya deprincipio a fin. Con los nervios y la emoción de la  plaza a flor de piel. Como en sus mejores años, aquel trienio de ensueño del  97-98-99. Madrid se reencontró con su plaza, esa que no olvida, para hacerle  recordar el toreo largo, el toreo profundo, el toreo eterno. Algunos estarán  todavía sufriendo los retortijones.
 Me emocioné en la plaza, como las 24.000 personas que estaban presentes.  Nadie quedó indiferente. Ni siquiera quienes intentaron reventar la cosa poquito  a poco. Terminaron aplaudiendo en pie, de forma atronadora, con los pelos de  punta, una forma de estar, de andar, de apostar y de tirar la moneda como pocas  veces se ven. Hubo sombreros, apoteosis, gritos de ‘To-re-ro, to-re, ro! y  lágrimas. También muchas lágrimas.
 Lo mejor es que José Tomás llegó para  hacer el toreo puro. El que le encumbró y el que proclamó una nueva época del  toreo, a finales del siglo XX. No hubo arrebatos suicidas ni kamikaces, no  desafió las leyes de la física ni llegó el atragantón por sistema. Los  argumentos que muchos han empleado en la absurda campaña a la contra. Tomás llegó para torear. Así de sencillo.
 Porque todo lo que hubo, mejor o peor, fue toreo. Muy puro. Acompañado por  una disposición apabullante, por una forma de superar la presión que supone ser  el centro del toreo en un trance tan especial. Metido en su corrida, José Tomás confirmó que su principal rival  sigue siendo él mismo.
 Lo hizo delante de una corrida seria, bien hecha. Una corrida de Madrid, muy  astifina. Tampoco por ahí hay argumentos. La primera aparición ya volcó la cosa  a favor de obra. En el toro de Conde  salió a quitar. No podía ser más que por gaoneras. El capote a la espalda,  lances muy ajustados. No todos limpios. Llamando al toro de largo, aquello no  fue un quite, sino una serie completa. Cinco y la media de remate. Y el  desplante. Sin rectificar un milímetro.
 No perdonaría entonces ninguno de los quites posibles. En su toro, por  chicuelinas. En el siguiente de Conde,  por delantales. Y la guinda, en el quinto, uno soberbio a la verónica. En los  medios, ajustando mucho los embroques, las manos un pelín altas, hubo tres  lances a cámara superlenta. Parando los relojes de Las Ventas. Dicho y hecho. En  ese turno llegó una réplica de Luque por  chicuelinas con más ganas que acierto. La única de la tarde.
 Vagan en la retina todavía varios de los muletazos de José Tomás. Arrebujados ellos, entre cites  dando el pecho y toques desafiantes con el viento. Porque en ambas faenas atizó  con fuerza. No importó. El viento ya no es excusa. No lo fue.
 El toro de la reaparición lo brindó Tomás a su plaza. También al Rey, presente en  la barrera como un aficionado más. 24.000 en total. Ese animal, con buen tranco  y nobleza, tuvo menos motor que otros. Por eso, y porque también andaba pelín  justo, el toro tuvo el defecto de lanzar un molesto cabezazo en el segundo  tiempo del muletazo. Pura defensa. Por eso salieron enganchadas las dos primeras  series con la mano diestra. 
 El mayor mérito de la faena fue terminar corrigiendo ese defecto al animal.  En los medios, Tomás puso la directa y a  torear. Tras dos primeras, más en línea, llegó el aviso para navegantes: una  serie colosal. Pura, enganchando al toro siempre por delante y ligando siete  muletazos, por bajo, tirando y dominando al toro. Siete, que fueron siete. Se  vació el toro con el torero. Ahí descolgó y no se repitieron los enganchones.  Con la zurda no funcionó demasiado la cosa. Atropellado salió el torero cuando  el animal se quedó por abajo.
 Listo el torero, no prolongó en exceso la faena. Antes de ir por la espada,  un cierre por bajo. Llevándolo en línea, prolongando los viajes. Con  trincherazos, kikirikíes y sin alardes. Se tiró a matar o morir. De un topetazo  salió arrollado. La espada entró y se escupió. Con la media cayó el toro y  cayeron las primeras dos orejas al saco.
 Quedaba lo mejor todavía por llegar. De cero a cien veinte minutos después.  El quinto fue un gran toro, bravo en varas y en la muleta. Con un único pero: se  rajó al final. Lo vació por completo José  Tomás. No salió limpio el saludo de capa. Le enganchó el capote en todos  los viajes. Se desquitó con el antológico quite a la verónica.
 El viento no quiso perderse la faena. Sopló de lindo. Tanto, que hubo una  serie en la que el diestro toreó sólo con al palillo. Sin gobierno alguno en la  tela. Tomás abrió la faena a lo grande.  En la misma raya asentadas las zapatillas, sin moverlas un milímetro, por  estatuarios. Pasándoselo al milímetro. Casi arrollado, pero bien cambiado en el  momento preciso. El remate, ligados el pase del desdén y el de pecho, pusieron  la plaza en pie. Sin pausa después.
 A los medios se lo sacó de nuevo el torero. Desafiando las leyes de Eolo. El  torero superó la prueba. Aguantando estoico cuando más soplaba el viento,  tocando en el momento preciso. Dejaba estar el toro, que se arrancaba con todo.  Comiéndose la muleta, que siempre encontró por bajo. Seguro en los cites y en  los embroques, sin rectificar un paso. Muy vertical.
 Le dio el pecho Tomás y se trajo al  toro enganchado siempre. Sin violencia. Sin un tirón a destiempo. Toreo puro,  corriendo la mano. Hubo muletazos rematados mucho más allá. No sólo a la cadera.  Con paciencia para aguantar el viento y el toque preciso en el momento justo. Al  natural firmó dos series de antología. En la retina quedan.
 Sonó un aviso y el toro amagó con irse a las tablas. Como si lo hubiese dado  todo. Vencido por la pelea de un hombre que toreó con mano baja. Le dio al toro  las tablas para matar. Una estocada al encuentro de la que salió muerto. El  delirio después. Vi en el palco ojos empapados en lágrimas. A muchos amigos en  pie. Emocionados, entregados, soñando el toreo de ensueño. Vaya forma de  reencontrarse con Madrid. Y nosotros con el toreo. Así da gusto ser aficionado a  los toros.
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