Como no podía presumir, como algunos de sus amigos, de haber abandonado la izquierda para toparse con otras verdades (son demasiados los que cambian de ideas sin haber estado equivocados nunca), la presidenta del Gobierno de Madrid, no se sabe si aprovechando que ayer era 20-N, ha decidido abandonar el liberalismo. Estaba ya en una pronunciada pendiente, pero el abandono, a estas alturas, es ya definitivo. No produce lástima, pero sí sonrojo ya que, a pesar de un giro de esta naturaleza desde sus primeras lecturas a sus últimas leyes, sigue empeñada en decir que todo, esto y su contrario, aquello y lo contradictorio, es liberalismo. Para sus próximos y seguidores, el liberalismo se ha convertido en lo mismo que Leonardo Sciascia decía del radicalismo italiano: no se sabe bien si ha muerto, pero desde luego se ha convertido en algo incomprensible.
Ayer, 20 de noviembre, el Consejo presidido por Esperanza Aguirre dio una vuelta de tuerca más en su continuado y desatado empeño -intervencionista, antiliberal, desestabilizador en las circunstancias económicas que vivimos- para hacerse con el control de Caja Madrid, la cuarta entidad financiera del país. La presidenta madrileña seguía diciendo hasta anteayer que ella no interviene en la entidad ni tiene nada que decir sobre la sustitución de su presidente, pero el ferrocarril antiliberal estaba ya en marcha: el consejero Beteta pedía oficialmente que se paralizara el proceso de elección de presidente, el consejero Granados se levantaba contra Miguel Blesa reuniendo en la sede del partido a los populares que forman parte de la Asamblea de la Caja, el vicepresidente del Gobierno madrileño quiere asiento en la entidad financiera, la presidenta termina dando su visto bueno a la propuesta de reforma de la Ley de Cajas para, bajo el manto de la misma, quitar a Blesa y poner al suyo.
En un mitin de Ronald Reagan se levantó un parroquiano y preguntó: "¿Por qué le debo votar a usted para presidente". El candidato, socarrón, respondió: "Porque no soy lo suficientemente inteligente para engañarle". Aguirre cree que es lo suficientemente inteligente para llevar a cabo este soberano engaño. Se trata de controlar la entidad, con Ignacio González de mamporrero, por su poder económico, para convertirlo en fuerza de choque, capacidad de presión y de reparto de favores. En Madrid y fuera de Madrid, porque todo ello debe servir para la batalla política en la que andan metidos. Tras la Cámara de Comercio, la organización empresarial autonómica, la Comunidad de Madrid convertida en agencia publicitaria y el manejo de fondos y obras, el liberalismo predicado es como el que predicaba de sí mismo el fallecido Haider: una etiqueta convertida en un engaño.
Pero, además, el mismo día, 20-N, los gobernantes madrileños del PP llaman "privatizar" a sacar a Bolsa el 49% del Canal de Isabel II, la empresa que gestiona el abastecimiento de agua y que es matriz de una de las redes empresariales públicas más pasmosas de Occidente, presidida, claro, por el mismo Ignacio González de antes. Titularidad pública, derechos públicos, control de la gestión con el 51% del capital de la nueva sociedad. ¿Privatizar? Si el liberalismo no ha muerto se ha hecho incomprensible, insisto. Y todo ello retrayendo euros del mercado, gestionando con entidades financieras la suscripción y montando una operación pública y corporativa cuando se insiste, desde el PP, en eso de la economía real.
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