Unos dicen que fue en la Torre del Negro. Otros que en la Torre del Rame. Fuera donde fuera, un año del reinado de Felipe IV, el Rey Planeta, Hans, un veterano de las guerras de centroeuropa, las que luego se llamarían de los 30 Años, llegó a la ribera del Mar Menor. Traía una carta de licencia del señor capitán de su compañía, y mostraba a todos un documento en latín en el que se decía que gozaba de la condición de herrero, otorgado por algún gremio de la lejana Bohemia.
Acabó montando herrería en una de esas dos ubicaciones antecitadas, y como era locuaz, dijo a todos que andaba en la construcción de un yelmo neumático, consistente en dotar a dicha pieza de armadura, que ya andaba en desuso, de un cristal en lugar de celada, el cual iría fundido, mediante una goma de su invención, pues era también alquimista, al mismo fierro del yelmo. Pretendía así ofrecer a S.M. el rey, el ingenio, y fabricar muchos de tales yelmos en Madrid, o en Toledo, y que esta última ciudad habría de ser mejor, pues poseía los mejores secretos de la fundición y el temple de metales. La finalidad del yelmo neumático no era otra que ayudar a la recuperación pronta de los cañones de los barcos del rey, que se hundían, o eran echados a pique por las flotas enemigas, en el Canal de
la Mancha y frente a las costas de las Provincias Unidas del Norte, los flamencos traidores a
la Corona, que a sí mismos se llamaban hollanders. Infantes o marinos españoles provistos del tal yelmo se sumergirían y procederían a amarrar gruesos cabos de maromas a los extremos de los tubos de artillería, cabos que serían izados desde las goletas ligeras desplazadas para tal misión.
Noche tras noche se escuchaban en la herrería golpes y martillazos de Hans sobre sus fierros, a la par que su puerta y ventanas se iluminaban por el fuego del lar encendido. Las mañanas eran empleadas por Hans en restañar los calderos y utensilios domésticos que le traían, así como cuidar de las herraduras de las bestias de carga y montura.
Una mañana, nadie abrió su herrería. Ni nadie volvió a saber de él. Forjóse la leyenda de que, terminada su obra, se encaminó de madrugada, andando, hacia las aguas del pequeño mar. Y que en ellas entró, no volviendo a salir. Acaso, el peso del yelmo le impidió salir a la superficie, o quizás, desanimado, olvidó el empeño, y se volvió a su lejana tierra, vergonzante de su fracaso.
Lo cierto es que, de vez en cuando, en la más profunda noche, se oyen martillazos y choques metálicos, ora en el Rame, ora en el Negro, y que, también de vez en cuando, y en las madrugadas sobre todo, en cualquier parte del Mar Menor, se ven salir burbujas hacia la superficie, sin que nadie se explique su procedencia. Vale.
leido en:http://blogs.murcia.es/santdo/2008/08/01/nuevas-leyendas-apocrifas-del-mar-menor-hans-el-rerrero-alquimista/
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