OPINIÓN
- Ramón Pi
Cumplido el trámite de convocatoria formal de las elecciones para el 9 de marzo próximo, sólo nos queda esperar a ver cómo los distintos candidatos tratan de lograr la cuadratura del círculo de animar a sus votantes a ir a las urnas y, al mismo tiempo, desanimar a los votantes de sus competidores de hacer lo mismo.
Digo esto porque parece que en esta ocasión los indecisos son muy pocos, está, como suele decirse, prácticamente todo el pescado ya vendido, y el elemento principal que haya de decantar el resultado será finalmente la participación.
Los electores votarán sobre todo con arreglo a dos criterios: o la marca de un partido, o contra la marca de los otros. El carisma de los candidatos a la presidencia del Gobierno, o como quiera llamarse al ingrediente personal de esta confrontación, no tendrá mucha relevancia en lo positivo, aunque pueda tenerla en lo negativo. En este aspecto Rajoy lleva ventaja, porque no suscita entusiasmos, pero tampoco rechazos especialmente agresivos, y en cambio Rodríguez se ha ganado a pulso aversiones personales africanas e irreductibles. Pero, como digo, no parece que eso vaya a ser lo más determinante.
Estas conjeturas se hacen, como es lógico, para el supuesto de que no suceda nada que conmocionó la vida nacional de aquí a la cita con las urnas: hay que dejar abierta la posibilidad de que la vida, siempre más rica que la letra, puede depararnos sorpresas y proporcionarnos experiencias inesperadas. No hay más que recordar lo que ocurrió en 2004 sólo tres días antes de las elecciones para saber que siempre hay que contar con lo imprevisto.
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