10, Septiembre, 2009
Forte de Fuentes (Norte del Lago de Como)
En el extremo norte del Lago de Como, duerme el sueño de las glorias muertas el llamado Forte de Fuentes. Lo levantaron los españoles por las mismas fechas en que era editado el Quijote. El Conde de Fuentes, Gobernador de Milán y sobrino del Duque de Alba de entonces, lo mandó levantar allí, donde comienza el Lago y se acaba La Valtelina. El Camino Español o Le Chemin des Espagnoles tenía en este enclave el último punto seguro cuando las tropas iban hacia Bruselas rodeando la Francia de los Cardenales. O, por el contrario, el primer punto seguro cuando el viaje era de vuelta.
Ganado el Canal de La Mancha por la piratería holandesa, el Emperador tuvo que organizar un camino terrestre que proveyese de tropas a la guerra de Flandes. Una tierra del monarca que se defendía con sangre y dineros españoles. El Primer Camino Español salía desde Milán hacia el Piamonte y ascendía por la Saboya y el Franco-Condado, hasta dar en tierras germanas, antes de arribar a Flandes. Pero los Saboya, al cabo, acertaron el caballo ganador y se aliaron con Francia. Las tropas españolas hubieron de buscar otro itinerario más al oriente, seguro y duradero. Y lo hallaron aquí. Desde Milán, subiendo por Lecco, llegaban los Tercios, a la vera del Lago de Como, a Collico, en cuyas vecindades norteñas desemboca el río Adda, sobre el mismo Lago. La Valtelina es el valle de dicho río, un cauce insólitamente paralelo, y no perpendicular, a la orientación paralela al ecuador de Los Alpes.
Fuentes, un Azevedo de apellido, levantó sobre uno de los montículos del llano, el más oriental, un formidable castillo defensivo que sirviera de último cobijo a las tropas que partían para cruzar Suiza, parte de Baviera, Alsacia, Lorena y llegaran por fin a Bruselas. Los italianos, en la Gran Guerra alzaron otro en el montículo hermano, que, más alto, se levanta más cerca del Lago, y más alejado de la Valtelina. Hoy se visita como museo patriótico por los italianos. El Forte de Fuentes está cerrado al público, teóricamente por restauración. No pudimos, a la manera en que el pueblo judío acude al Muro de las Lamentaciones, posar nuestra mano en los, de seguro, derruidos muros que levantara Fuentes, y lanzar un rezo por aquellos españoles que en aquel castillo pernoctaban antes de emprender camino hacia Sondrio, siguiente parada en la pesada marcha. Hoy, un impenetrable bosque se adueña por completo del montículo, y, es bien adivinable que las raíces de las hayas, los castaños y los robles han levantado, dejándolos al descubierto, como señal de la gloria muerta que decimos, los cimientos que ordenara soterrar Fuentes. Aun se conserva el apellido como marca comercial por la zona. Dejó prestigio.
Al otro lado del río Adda, como cierre septentrional del Lago de Como, se extiende el hoy llamado Pian de Spagna, un espacio natural, ayer zona insalubre de pantano e inhabitable charca. Las aves y las más apreciadas especies vegetales tienen hoy allí un paraíso, amparado por el nombre de España. La Valtelina, ancha al principio, se cierra en Sondrio según se sube hacia el nacimiento del río, adelantando el paisaje suizo que espera de inmediato. Los españoles pusieron las bases de la Intendencia Militar moderna, con este camino. Un grupo de adelantados hacía previamente el trayecto, fijando los precios y los proveedores de la manutención de la tropa que semanas después pasaría. Y lo hacían con una precisión y eficacia que hoy asombra. De aquí viene la famosa expresión “Poner una pica en Flandes”, por el dinero que costaba a los españoles plantar un ejército de “piqueros” en Bruselas, gastado en la manutención de los ejércitos enviados a Milán desde Barcelona, Génova o Nápoles.
Una soldadesca de italianos, españoles, aventureros mil, al mando de algún Farnesio, se agruparían en la Fortaleza Sforzesca, y en unos 50 ó 60 días, se encontraban formando en la Grand Platz de Bruselas. De ahí al frente contra los holandeses. Entre el centro de Milán y el de Bruselas, pues, se abría este camino que siempre podía dar la sorpresa por cambio de alianza del Señor de la tierra que pisaban. Pero, no dejemos de lado el miedo que seguramente, 1000 ó 2000 soldados deberían producir por donde pasaran.
En Sondrio, capital de la Valtelina, comimos en un pequeño restaurante, denominado Venecia, que ocupaba los bajos de un caserón de tres pisos, de finales del XVII, ornamentado con pintura al fresco. Un San Gervasio, ya muy despintado, guardaba la esquina que recibía a los que cruzaban un puente sobre un torrente deudor del Adda. Un San Gervasio, milanés que fuera mártir de Nerón, que nos aseguraba estar en tierra católica todavía. Más allá, en Tirano, el camino volvía a orientarse hacia el norte, y la asechanza reformista podía resolverse en emboscada, escaramuza o claro enfrentamiento a la postre, en los que cualquiera de los marchadores podría morir, a pesar de que el grueso de la tropa prosiguiese hasta la Flandes católica.
De todas maneras, no dejamos de sentir cierta solidaria emoción con aquellos españoles que poco más pensaban que en sobrevivir, eso sí, cumpliendo con lo que se les había dicho acerca de lo que era su deber para con el Emperador y para con la Fe Católica. Nada más. Nada menos. Requiescant in pace. Vale.
Santiago Delgado
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