CITA DEL DIA

martes, 9 de junio de 2009

Oporto, capital del Reino de Galicia

Nunca, en la larga y conflictiva historia de España y Portugal, aconteció nada semejante.

Entre las 08,00 horas del 13 de diciembre de 1807 y la primera semana de febrero de 1808, a muy distintos efectos, la capital del Reino de Galicia dejó de estar, propiamente hablando, en la ciudad-puerto de La Coruña para situarse en la ciudad portuaria de O Porto.

La proclama A los Vecinos y Moradores de Entre Duero y Miño y Tras los Montes, escrita en español y portugués, firmada por Francisco Taranco, capitán general de Galicia, se difundió la misma mañana del 13. Produjo incredulidad y desconcierto. Anunciaba la ocupación militar de las provincias aludidas.

Portugal, de hecho, se rompía en tres partes; pero ni siquiera eso sabían portugueses ni españoles, dado que la emergencia de la Lusitania Septentrional era secreto total y un misterio. Incluso para el alto mando del Ejército ocupante…

LA OCUPACIÓN DE PORTUGAL
(Cuatro Ejércitos, Tres Mandos)

Jean-Andoche Junot, general en jefe de la ocupación napoleónica

Entre España y Portugal no había en 1807 fronteras definidas. Hasta ese momento los conflictos transfronterizos habían sido frecuentes. En 1797 y 1801, sin ir más lejos, en un contexto internacional diferente, la ocupación armada de la Lusitania Septentrional estuvo a punto de producirse; pero, concentradas las fuerzas en Galicia, la operación no llegó a consumarse en esa demarcación. Taranco no era el único integrante de la ocupación hispano-francesa de 1807 que había estado en la precedente, penetrando en Portugal desde Extremadura (1801). Ahora todo era distinto. La expectación y el desconcierto se mascaba en el ambiente. Y, sin embargo, pese a los ritmos amenazadores del tambor batiente y el agudo de las gaitas, no parecía probable que la agresiva caravana encontrara tropiezos dignos de consideración. Es importante entender por qué.

Dos semanas antes, otra caravana, la napoleónica que mandaba el general en jefe de la ocupación francesa, Jean-Andoche Junot, antiguo embajador en Lisboa, entró en Portugal por Extremadura, tras cruzar al galope de norte a sur la extensísima archidiócesis compostelana.

Machacado por la crudeza de la rápida marcha en invernal otoño, atravesando lugares inhóspitos, el invencible Ejército imperial presentaba un aspecto demasiado humano. Formado por jóvenes, recientemente reclutados, su estado era lamentable. Despertó enorme curiosidad; pero no por su marcialidad. Llamaba más la atención el armamento y la legión de acompañantes. Sobre todo, la profusión de sirvientes, cocineros y damas de desigual reputación, por veces con sus proles. Entre esas damas, volvió a destacar la belleza que aún retenía Laura Permon, la esposa del general en jefe, antigua amante de Balzac, próxima duquesa de Abrantes y puntillosa cronista de la sociedad lisboeta.

La penosa entrada en Lisboa de las fuerzas napoleónicas de ocupación
Laura Permon, esposa de Junot, futura duquesa de Abrantes

Pese a la fuga a Brasil de los reyes, príncipes y buena parte de la corte portuguesa, la recepción en Lisboa fue sumamente amistosa. Al menos en lo que traslucía el trato oficial y el entusiasmo de los parciales de Francia. Abundaron los cánticos y los saludos retóricos de bienvenida, pronunciados entre ritos masones y bendiciones episcopales. Dios, según los obispos, había escogido para Portugal ese destino. La exitosa misión emprendida en el mundo por el católico Napoleón Bonaparte era (según ese parecer, compartido por una parte de la Cristiandad) divina…

Otro tanto estaba comenzando a acontecer con una segunda caravana. Algo más retardada, entró en Portugal cuando aún estaba en fase de formación. Mucho más marcial, uniformada y reluciente que la francesa, era española. De élite. La mandaba Juan Carrafa, el capitán general de Extremadura. Destinada a prestar apoyo incondicional al general francés, recibía órdenes directas de Junot. Era muy numerosa y, al pisar tierra portuguesa, comenzó a cobrar de Francia. Establecida en Abrantes, no tardó muchos días en reiniciar la marcha, desplazando a Oporto una vanguardia de 4.000 hombres.

LA MISIÓN DE TARANCO
(Un paseo militar)

Nos manda Su Alteza digamos a Vuesa Excelencia que se apodere inmediatamente de O Porto y de la provincia de Entre Duero y Miño; que tome posesión de todo el país y aún de la provincia de Tras los Montes, en nombre del Rey Nuestro Señor, así como lo habrá hecho en este momento el general francés, Junot, de la capital Lisboa en nombre de Su Majestad, el Emperador de los franceses y rey de Italia (Instrucción secreta, dirigida por los amanuenses de Manuel Godoy al general Taranco)


Manuel Godoy, atlántico extremeño, en un retrato de 1801. Cuando la llamada “guerra de las naranjas”

Las dos divisiones napoleónicas (Junot y Carrafa), al haber cumplido sin contratiempo ambos itinerarios, eran la garantía de que la ocupación española sería un nuevo paseo militar.

Lo fue. Recibidas en son de paz, con esa experiencia hispano-francesa contaban las otras dos expediciones españolas que completarían el bloqueo continental diseñado para acabar con los intereses de Gran Bretaña en Portugal: la de Taranco y la que mandaba Francisco Solano, marqués del Socorro, capitán general de Andalucía, encargado de ocupar el Alenteio y el Principado del Algarbe, en el Portugal Meridional.

En definitiva: cuatro Ejércitos, con tres mandos autónomos diferentes: Taranco, Solano y Junot, dado el papel asignado (y asumido, tras previa consulta) por las fuerzas de Carrafa, al operar bajo el mando supremo de este último.

Es muy importante retener todos estos detalles fundamentales, casi siempre confundidos, incluso en los textos portugueses mejor informados, para resaltar otro, aún más desconocido, llamado a tener importantes consecuencias andando el tiempo.

Los miles de integrantes de la caravana del general Taranco se concentraron en Tuy (al fondo del grabado). Cruzaron en bateles este tramo del río

La División que mandaba el capitán general del Reino de Galicia no era gallega en exclusiva. Llegados los regimientos de Asturias, León y distintos puntos del país gallego, los españoles se concentraron en la ciudad-fuerte de Tuy.

Los tres capitanes generales implicados en la ocupación de Portugal gozaban de toda la confianza de Godoy. En el caso de Taranco (“amigo mío de toda la vida”, escribió aquél) esa confianza se demostrará ilimitada.

Así pues, el 10 de diciembre, tras recibir de sus amanuenses las instrucciones secretas que le hacía llegar como “Serenísimo señor Príncipe Generalísimo Almirante” de los Ejércitos y la Marina de Carlos IV, rey de España, la espesa caravana se puso en movimiento. Con su cola de servicio, allegados y las inevitables damas de familia, servidumbre o compañía. En lo militar, la integraban seis regimientos de infantería de línea (4.915 hombres: Inmemorial del Rey, Príncipe, Toledo, León, Aragón y Voluntarios de la Corona); uno de infantería ligera (620: Navarra); la miliciana División de Granaderos Provinciales de Galicia (633: los pretorianos, por así decir, que daban custodia al propio capitán general); fuerzas de artillería de a pie (315 hombres y 12 piezas de artillería) y otra de ingenieros zapadores (101 hombres).

Mientras el complejo, lento y espectacular paso en embarcaciones del río Miño se producía, una avanzadilla comunicó las órdenes de ocupación a la villa fronteriza de Valença. El desconcierto de las autoridades locales, enorme, no se tradujo en enfrentamiento. Como las indicaciones de Lisboa eran claras y no tardaron en llegar, el variopinto conjunto prosiguió la marcha, dejando atrás las primeras guarniciones de vigilancia y control: Valença (Regimiento de Infantería del Príncipe); Camiña (Toledo); Viana (Aragón); Barcelos (León). Dada la ausencia de contratiempos, a pesar de la pequeñez de los días invernales, la comitiva se plantó en Oporto en tres jornadas.

Parecía, en efecto, un paseo militar, con banderas y músicas. Muy vistoso, espectacular incluso en algunos tramos del camino. Cuidado al detalle por el meticuloso general, no hubo pillaje ni constan excesos dignos de mención.

La huida a Brasil de la Casa Real portuguesa, poco antes de la entrada de Junot, condicionó la ocupación franco-español

Tanta normalidad era engañosa, sin embargo. Se trataba de una agresión tan grave a un Estado soberano como la toma de Lisboa por Junot, un día después de que –como se dijo- la Familia Real (la Casa de Bragança), contra el parecer de muchos portugueses de relieve (partidarios de Francia o Gran Bretaña) levaran anclas con rumbo a sus posesiones del Brasil. Con toda su flota y enormes riquezas, custodiadas por las banderas británicas de la Royal Navy.

Así pues, la Armada invencible, sin echar pie a tierra, ganaba la primera batalla al Ejército invencible, complicando todos los planes ibéricos del Emperador y convirtiendo en letra muerta los confusos pactos tramados con el embajador especial de su aliado, el rey de España. Dados los términos del enfrentamiento, la neutralidad era imposible. De principio a fin, quedó claro, una vez más, que en el Norte como en el Sur de la vieja Europa no se estaba produciendo un único bloqueo, el continental napoleónico. Había otro bloqueo marítimo simultáneo, igual de despiadado, el británico. La guerra era Total.

Parece ficción; pero fue realidad. Y por eso mismo resultaba tan difícil de creer.

Un viejo país atlántico, que tanto había batallado contra España por lograr y mantener su independencia, dotado de Ejército moderno, Milicia armada y Marina de cierta importancia, se entregaba sin combatir, en poco más de dos semanas, a las potencias antagónicas. Se podía aventurar que, antes o después, a poco que variaran las circunstancias, la calma trocaría en tempestad. Y así fue.

La enorme tragedia de la guerra peninsular ibérica entraba en vísperas…

En ese dramático contexto, la conciliadora proclama del general Taranco produjo lógico desconcierto. Y aun hoy, doscientos años más tarde, aluden con respeto a la política iniciada en Oporto por el virrey de Galicia (“modelo de dulzura e integridad”, Accurcio das Neves, 1810-1811) las historias de Portugal. Incluso las más proclives a la declamación patriótica.

Cola de servicio y aprovisionamiento de una caravana militar. Fragmento de “El Coloso”

LOS ORÍGENES DE LA EUROPA CONTEMPORÁNEA

(Ante las Elecciones Europeas)

Ataque británico a la capital de Dinamarca

A pesar de lo insólito del acontecimiento y de las formidables consecuencias que ha de tener esta ocupación para la Historia Internacional, nadie se tomó la molestia de explorar lo que aconteció en la Lusitania Septentrional a partir de ese momento.

Para los historiadores portugueses, todo fue como un mal sueño, casi incomprensible. En las historias de España, las ocupaciones hispano-francesas de Dinamarca o Portugal apenas ocupan espacio. Parecen anécdotas. Más dignas de tratamiento literario que del discurso patriótico predominante en la llamada Guerra de la Independencia. Sin embargo, para el francés Thiers, en aquellos días de ocupación se estaba asistiendo al principio del fin de un personaje extraordinario, por quien sentía el historiador admiración incontenida: Napoleón Bonaparte

Doscientos años más tarde, el nivel de los estudios acerca del insólito acontecimiento apenas ha mejorado, a pesar del dineral que los Gobiernos están gastando en miles de actos, dramatizaciones populares, exposiciones, discursos y convites oficiales. Así pues, cuando políticos y funcionarios hablan de euro-región atlántica, sus definidores desconocen esta historia, como tantas otras relativas a la formación de la Europa contemporánea y a su intrahistoria social, económica y cultural. Un lujo costoso, muy propio del inculto y desdichado despotismo burocrático que nos agobia.

Acostumbrados de viejo a colmar lagunas incomprensibles como investigadores silvestres, aprovecharemos las elecciones al Parlamento Europeo para iniciar el relato de algunos episodios fascinantes, de enorme alcance y no poca actualidad, cargados de fondos y trasfondos, envueltos en un mar de confusiones, pese a estar aludiendo a los realísimos orígenes de la Europa de hoy. Esto es: a los orígenes de cuanto vino después. No sólo para los atlánticos gallegos, asturianos, leoneses, castellanos, extremeños o andaluces, que participaron (como protagonistas, en primer plano) en la histórica ocupación, también para los españoles, portugueses, franceses, británicos o americanos, que acabaron envueltos en el trágico desastre de las guerras peninsulares.

Un momento de confraternidad de españoles y franceses en misiones de ocupación y bloqueo continental


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